¿Salvar al capitalismo?
Los lamentos de la socialdemocracia en el siglo XXI. Segunda de tres partes.
Después de una ajetreada semana de trabajo, tómese el lector un descanso; lo invito a que continuemos con el comentario de los artículos del cuaderno de la revista Nexos “Socialdemocracia: ¿Qué futuro?”, entremos en materia.
En el debate que hoy plantea la socialdemocracia para salvar al capitalismo, reconocen con timidez su culpa por haber apostado a favor de la llamada Tercera Vía que esbozó el sociólogo inglés Anthony Giddens montada aún en la ola socialdemócrata de la Europa de los años 90.
La socialdemocracia, desde principios del siglo XX, abandonó el estudio objetivo del modo de producción capitalista y le apostó a una síntesis ideológica de capitalismo y socialismo cuyos propulsores serían el desarrollo tecnológico y la educación, entre otros.
En su artículo Socialdemocracia:¿qué futuro?“, Hans Mathiew llama a la urgente unidad de la socialdemocracia a favor de los perdedores de la globalización y el neoliberalismo que otrora abandonaron, por la ilusión de la Tercera Vía; pero quien postula con claridad un esquema de política general para lograr la ansiada síntesis de un capitalismo humanista es Raghuram G. Rajan en su texto “Populismo: confiar en las comunidades locales“.
Rajan distingue entre las políticas educativas pre-mercado que forman para un mercado laboral determinado, de las política educativas post mercado, que además de la formación laboral en la práctica, contienen políticas de seguridad social y empleo.
Para Rajan, las políticas pre-mercado están fortaleciendo la formación de élites meritocráticas que solo benefician a los más ricos, que son los que pueden pagarse estudios de alto nivel académico y que son los que encuentran empleos muy bien remunerados.
Como contraparte de estas políticas, propone crear soluciones a nivel local instrumentadas con el conocimiento y la participación de las comunidades, con lo anterior se puede mejorar la formación pre-mercado y reducir los costos en seguridad social que implican las políticas postmercado sin molestar a los señores dueños del capital y sería, además, una medida antipopulista.
Dice Rajan y con eso lo dice todo:
“En respuesta al deterioro del apoyo premercado para su electorado natural, el populismo de izquierda reclama agregados a la red de seguridad, por ejemplo cobertura sanitaria universal, trabajo garantizado y diversas formas de ingreso básico universal. Pero la derecha populista rechaza esas propuestas porque harán menos sostenible la red de seguridad ya provista a la mayoría nativa.”
El planteamiento de Rajan no está del todo equivocado, en efecto, hay que construir soluciones desde lo local con la participación de las comunidades; pero eso debe darse en un contexto nacional que, como los mismos socialdemócratas afirman, fortalezca al menos las instituciones del nostálgico Estado de Bienestar. Sin esa “externalidad”, en las actuales condiciones sería muy riesgoso abandonar a las comunidades locales a su suerte.
Instrumentar las medidas que propone Rajan en México, requiere, según otro de los autores, de una revisión crítica de los avatares de la socialdemocracia en nuestro país. Así lo sugiere Jesús Rodríguez Zepeda en su artículo “Momentos socialdemócratas mexicanos”.
En su interesante texto, Rodríguez Zepeda afirma que el Partido de la Revolución Democrática (PRD) no pudo consolidar una clara identidad de izquierda debido al caudillismo priista y a la izquierda populista que lo invadió; todo ello a pesar de su origen, que fue el Partido Mexicano Socialista (PMS).
El autor continúa afirmando que el abandono del PRD de Andrés Manuel López Obrador vino a cancelar la opción de ese partido como posible alternativa a la izquierda bolchevique y a la derecha recalcitrante; pero a partir del triunfo de AMLO en 2018, la agenda social en México se desvía hacia un modelo clientelar lejano a la justicia distributiva de cuño socialdemócrata que pugna por fortalecer las instituciones del Estado de Bienestar.
Esa es la razón, según Rodríguez Zepeda, que el principal adversario para la socialdemocracia lo sea ahora la tradición nacional populista. Esa tradición se expresa en México como un regreso del nacionalismo revolucionario priísta, con un fuerte contenido caudillista y de culto a la personalidad del líder carismático Andrés Manuel López Obrador.
Lo que no dice ninguno de los autores es cómo se conformará o a quién identifican como el actor colectivo de estos posibles cambios sociales. El viejo problema del sujeto histórico parece aún no resuelto. Es un silencio que en momentos interrumpe los lamentos proferidos por la socialdemocracia en este siglo XXI.